Vivo en México.
Un país lleno de ideales malogrados.
Un país que dejó de ser lo que su sonoro nombre manifiesta.
Hace ya más de tres años que la mala suerte le invade, le carcome, le mata.
Tres simples pasos: invadir, carcomer, matar.
Tres simples etapas que ningún otro país latinoamericano le gustaría sufrir.
Tres cornetas en donde el cielo cierra sus puertas de admisión.
Tres sellos que marcan la nueva era catastrófica de un país que lleva doscientos años de mandarse irracionalmente, y cien de haber instaurado la corrupción como su mejor método para liberarse.
Desconozco a mi país, y si por mí fuera, que me acusen de alta traición.
Ya no es el mismo.
Es una oda en retroceso, una elegía precoz, un elogio de la indiferencia, una prosa que se derrumba ante las lágrimas que la Historia salpica.
Vivo en un país con un profundo sentido del peligro, del riesgo, del agandalle día con día, del tú te chingas para quedarme yo.
Vivo dentro de él y no logro ubicarme en su cuerpo.
Soy, al igual que muchos mexicanos, una molestia para Él, porque ya no es como hace tiempo: el país que abría los brazos y nos acogía.
No lo estoy regañando, tan sólo estoy diciéndole al oído, que ya no nos reconoce como sus hijos, que nos está tirando del nido sin saber volar; esa águila que ya no se conforma con devorar a una serpiente, y requiere para su saciedad, atragantarse con el espíritu noble de un pueblo que lo ha sabido apreciar.
Vivo, tan lejos y tan cerca de Él.
Tan lejos porque nos ha dejado tirados en el camino.
Tan cerca porque recibimos directamente toda la mierda que produce.
Pero con todo y lo anterior, me sigo erigiendo como mexicano, porque aún le recuerdo tan sencillo y tan modesto, tan tricolor y tan latinoamericano, tan arrogante ante el mundo y el universo, tan cero y tan astrólogo, tan todo grito y tan toda solidaridad, tan mucho en el aire y tan soberbio en el agua, tan mírame que me extiendo hasta la chingada y tan quíubole estás en tu casa, tan campante y tan campechano, tan cantante y tan mentado, tan agachado y tan levantado, tan charrazo y tan chuleado, tan cabrón y tan chingón, tan chale y tan ya chole, tan chingaquedito y tan chúpale compadre, tan campanas al viento, y tan tan.
Quiero seguir siendo mexicano, aunque valga la pena no ser un poeta.
Queremos seguirlo siendo.
No vale la pena que nos expulses, que nos acorrales, que nos tengas amagados.
Sabemos que ése no eres tú.
Que ése güey sólo está enfermito, malito, adolorido, pobrecito, no te agüites, sana, sana, colita de rana… pisoteada, aplastada, apachurrada.
Sóbate, mi’jo, que ya pasó.
Sabemos que andas mal, mi chavo, pero te pondrás mejorcito, ya verás.
No’más no chilles, es sólo una picadita, un chinguero de ballonetas, un chingo de balas, un resto de casquillos tirados en el piso.
No chilles, no seas niña, mariquita, nenita.
No te va’ doler nada.
Mira, mira, cómo le hace el gua gua, mira cómo le hace el caballito, cómo le hace el gatito.
Mira, mira, cómo ladra el pinche perro rabioso que viene a morderte.
Mira, mira, cómo relincha el caballo y cómo se chinga las patas en la charreada y las corridas.
Mira, mira, cómo están el puma y el jaguar de hambreados que te quieren comer.
Dura patria, ruda patria.
Ríspida, áspera.
Estabas muy equivocado, López Velarde.
No eras mexicano.
Somos, Nosotros, lo que aún queda, soldados de chicle pegados al piso, gorriones enloquecidos, cuadernillos llenos de mentiras e ironías, pronunciamientos guacareados desde la sierra, ramas de árboles que gotean plomo, piedras que nunca hablaron, acentos que vieron las manecillas del reloj y salieron huyendo de la mirada de un universo que veía mucho potencial en México, en el país, en nuestro país, en el mío, en el tuyo… no te hagas guaje que a ti te estoy hablando.
En estas últimas líneas confieso que le canto a un esquizofrénico, que no hay pared a quién hablarle, que hay voces confundidas en el desierto, que la soberanía se ha rendido, que nos ha ganado el 2012, que México no tiene más fronteras y límites que los propios corazones que aún creemos en Él.
Yo siempre fui y no un mexicano.
Lo fui porque aquí me tocó nacer.
No lo fui porque el día en que dé conclusión a este poema, me habré rendido de serlo…
Antonio Loría Flores
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